西班牙語閱讀:《一千零一夜》連載五
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Al ver aquello, oh se ora mía! empecé a golpearme, y a gritar, y a gemir, y me desgarré las zopas, arro-jándome desesperado al suelo. Pero mi amigo muerto estaba, cumplién-dose el Destino para que no mintie-ran las predicciones de los astrólogos. Alcé los ojos y las manos hacia el Altísimo, y repuse: “ Oh, se or del universo! Si he cometido un crimen, dispuesto estoy a que me castigue tu justicia.” En este momento sentía-me animoso ante la muerte. Pero oh se ora mía! nuestros anhelos nunca se satisfacen ni para el bien ni para el mal.
Entonces, no siéndome posible soportar la estancia en aquel sitio, y además, como sabía que el joyero no tardaría en comparecer, subí la escalera, salí y cerré la trampa, cubriéndola de tierra, como estaba antes.
Cuando me vi fuera, me dije: “Voy a observar ahora lo que ocurra; pero ocultándome, porque si no, los esclavos me matarían con la peor muerte.” Y entonces me subí a un árbol copudo que estaba cerca de la trampa, y allí quedó en acecho. Una hora más tarde apareció la barca con el anciano y los esclavos. Desem-barcaron todos, llegaron apresurada-mente junto al árbol, y al advertir la tierra recientemente removida, atemorizáronse, quedando abatidísi-mo el viejo. Los esclavos cavaron apresuradamente, y levantando la trampa, bajaron con el pobre padre. éste empezó a llamar a gritos a su hijo, sin que el muchacho respon-diera, y le buscaron por todas partes; hallándolo por fin tendido en el lecho con el corazón atravesado.
Al verle, sintió el anciano que se le partía el alma, y cayó desmayado. Los esclavos, mientras tanto, se lamentaban y afligían; después subie-ron en hombros al joyero. Sepultaron el cadáver del joven envuelto en un sudario, transportaron al padre den-tro de la barca, con todas las riquezas y provisiones que quedaban aún, y desaparecieron en la lejanía sobre el mar.
Entonces, apenadísimo, bajé del árbol, medité en aquella desgracia, lloré mucho, y anduve desolado todo el día y toda la noche. De repente noté que iba menguando el agua, quedando seco el espacio entre la isla y la tierra firme de enfrente. Di gracias a Alah, que quería librarme de seguir en aquel paraje mal-dito, y empecé a caminar por la arena invocando su santo nombre. Llegó en esto la hora de ponerse el sol. Vi de pronto aparecer muy a lo lejos como una gran hoguera, y me dirigí hacia aquel sitio, sospe-chando que estarían cociendo algún carnero; pero al acercarme advertí que lo que hube tomado, por hoguera era un vasto palacio de cobre que se diría incendiado por el sol poniente.
Llegué hasta el límite del asombro ante aquel palacio magnífico, todo de cobre. Y estaba admirando su sólida construcción, cuando súbita-mente vi salir por la puerta principal diez jóvenes de buena estatura, y cuyas caras eran una alabanza al Creador por haberlas hecho tan hermosas. Pero aquellos diez jóvenes eran todos tuertos del ojo izquierdo, y sólo no lo era un anciano alto y venerable, que hacía el número once.
Al verlos exclamé; “ Por Alah, que es extra a coincidencia! Cómo estarán juntos diez tuertos, y del ojo izquierdo precisamente?” Mientras yo me absorbía en estas reflexiones, los diez jóvenes se acercaron, y me dijeron: “ La paz sea contigo!” Y yo les devolví el saludo de paz, y hube de referirles mi historia, desde el principio hasta el fin, que no creo necesario repetirte, oh se ora mía!
Al oirla, llegaron aquellos jóvenes al colmo de la admiración, y me dijeron: “ Oh se or! Entra en esta morada, donde serás bien acogido. Entré con ellos, y atravesamos mu-chas salas revestidas con telas de raso. En el centro de la última, que era la más hermosa y espaciosa de todas, había diez lechos magníficos formados con alfombras y colchones, y entre aquéllos otra alfombra, pero sin colchón, y tan rica como las demás. Y el anciano se sentó en ésta, y cada uno de los diez jóvenes en la suya, y me dijeron: “ Oh se or! Siéntate en el testero de la sala, y no nos preguntes acerca de lo que aquí veas.”
A los pocos momentos se levantó el viejo, salió y volvió varias veces, llevando manjares y bebidas, de lo cual comimos y bebimos todos.
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