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西語小說閱讀:《總統先生》(19)

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來源:網絡 2020-11-13 00:28 編輯: 歐風網校 224

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摘要: 西語小說閱讀:《總統先生》(19)

XIX



Las cuentas y el chocolate

El Auditor de Guerra acabó de tomar su chocolate de arroz con una doble empinada de pocillo, para beberse hasta el asiento; luego se limpió el bigote color de ala de mosca con la manga de la camisa y, acercándose a la luz de la lámpara, metió los ojos en el recipiente para ver si se lo había bebido todo. Entre sus papelotes y sus códigos mugrientos, silencioso y feo, miope y glotón, no se podía decir, cuando se quitaba el cuello, si era hombre o mujer aquel Licenciado en Derecho, aquel árbol de papel sellado, cuyas raíces nutríanse de todas las clases sociales, hasta de las más humildes y miserables. Nunca, sin duda, vieran las generaciones un hambre tal de papel sellado. Al sacar los ojos del pocillo, que examinó con el dedo para ver si no había dejado nada, vio asomar por la única puerta de su escritorio a la sirvienta, espectro que arrastraba los pies como si los zapatos le quedaran grandes, poco a poco, uno tras otro, uno tras otro.

—.Ya te bebiste el chocolate, dirés!

— Sí, Dios te lo pague, estaba muy sabroso! A mí me gusta cuando por el tragadero le pasa a uno el pusunque.

— Dónde pusiste la taza? —inquirió la sirvienta, buscando entre los libros que hacían sombra sobre la mesa.

— Allí! No la estás viendo?

—Ahora que decís eso, mirá, ya estos cajones están llenos de papel sellado. Ma ana, si te parece, saldré a ver qué se vende.

—Pero que sea con modo, para que no se sepa. La gente es muy fregada.

— Vos estás creyendo que no tengo dos dedos de frente! Hay como sobre cuatrocientas fojas a veinticinco centavos, como doscientas de a cincuenta... Las estuve contando mientras que se calentaban mis planchas ahora en la tardecita.

Un toquido en la puerta de la calle le cortó la palabra a la sirvienta.

— Qué manera de tocar, imbéciles! —respingó el Auditor. —Si así tocan siempre... A saber quién será... Muchas veces estoy yo en la cocina y hasta allá llegan los toquidotes...

La sirvienta dijo estas últimas palabras ya para salir a ver quién llamaba. Parecía un paraguas la pobre, con su cabeza peque a y sus enaguas largas y descoloridas.

— Que no estoy! —le gritó el Auditor—. Y mirá, mejor si salís por la ventana...

Transcurridos unos momentos volvió la vieja, siempre arrastrando los pies, con una carta.

—Esperan contestación...

El Auditor rompió el sobre de mal modo; pasó los ojos por la tarjetita que encerraba y dijo a la sirvienta con el gesto endulzado:

— Que está recibida!

Y ésta, arrastrando los pies, volvió a dar la respuesta al muchacho que había traído el mandado, y cerró la ventana a piedra y lodo.

Tardó en volver; andaba bendiciendo las puertas. Nunca acababa de llevarse la taza sucia de chocolate.

En tanto, aquél, arrellanado en el sillón, releía con sus puntos y sus comas la tarjetita que acababa de recibir. Era de un colega que le proponía un negocio. La Chón Diente de Oro —le decía el Licenciado Vidalitas—, amiga del Se or Presidente y propietaria de un acreditado establecimiento de mujeres públicas, vino a buscarme esta ma ana a mi bufete, para decirme que vio en la Casa Nueva a una mujer joven y bonita que le convendría para su negocio. Ofrece 10.000 pesos por ella. Sabiendo que está presa de tu orden, te molesto para que me digas si tienes inconveniente en recibir ese dinerito y entregarle dicha mujer a mi dienta...

—Si no se te ofrece nada, me voy a acostar.

—No, nada, que pasés buena noche...

—Así la pasés vos... Que descansen las ánimas del Purgatorio!

El Auditor, mientras la sirvienta salía arrastrando los pies, repasaba la cantidad del negocio en perspectiva, número por número, en uno, un cero, otro cero, otro cero, otro cero... Diez mil pesos!

La vieja regresó:

—No me acordaba de decirte que el Padre mandó a avisar que ma ana va a decir la misa más temprano.

— Ah, verdad pues, que ma ana es sábado! Despertame en cuanto llamen, oíste?, que anoche me desvelé y me puede agarrar el sue o.

—ái te despierto, pues...

Dicho esto se fue poco a poco, arrastrando los pies. Pero volvió a venir. Había olvidado de llevar al lavadero de los trastes la taza sucia. Ya estaba desnuda cuando se acordó.

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