西語(yǔ)小說(shuō)閱讀:《總統(tǒng)先生》(25)
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2021-03-25 02:20
編輯: 歐風(fēng)網(wǎng)校
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摘要:
西語(yǔ)小說(shuō)閱讀:《總統(tǒng)先生》(25)
El paradero de la muerte
El cura vino a rajasotanas. Por menos corren otros. Qué puede valer en el mundo más que un alma? , preguntó... Por menos se levantan otros de la mesa con ruido de tripas... Tri paz!... Tres personas distintas y un solo Dios verdadero-de-verdad!... El ruido de las tripas, allá no, aquí, aquí conmigo migo, migo, migo, en mi barriga, en mi barriga, barriga... de tu vientre, Jesús... Allá la mesa puesta, el mantel blanco, la vajilla de porcelana limpiecita, la criada seca...
Al entrar el sacerdote —seguíanle vecinas amigas de andar en últimos trances—, Cara de ángel se arrancó de la cabecera de Camila con pasos que sonaban a raíces destrozadas. La fondera arrastró una silla para el Padre y luego se alejaron todos.
—... Yo, pecador, me confieso a Dios to... —se fueron diciendo.
—In Nomine Pater, et Filis et... Hijita: cuánto hace que no te confiesas?...
—Dos meses...
— Cumpliste la penitencia?
—Sí, Padre...
—Di tus pecados...
—Me acuso, Padre, que he mentido...
— En materia grave?
—No..., que he desobedecido a mi papá y...
(.. tic-tac, tic-tac, tic-tac).
—... y me acuso, Padre...
(... tic-tac).
—... que he faltado a misa...
Enferma y confesor hablaban como en una catacumba. El Diablo, el ángel Custodio y la Muerte asistían a la confesión. La Muerte vaciaba, en los ojos vidriosos de Camila, sus ojos vacíos; el Diablo escupía ara as, instalado en la cabecera de la cama, y el ángel lloraba en un rincón a moco tendido.
—Me acuso, Padre, que no he rezado al acostarme y al levantarme y... me acuso, Padre, que...
(... tic-tac, tic-tac).
—... que he peleado con mis amigas!
— Por cuestiones de honra?
—No...
—Hijita, has ofendido a Dios muy gravemente.
—Me acuso, Padre, que monté a caballo como hombre...
— Y había otras personas presentes y fue motivo de escándalo?
—No, sólo estaban unos indios.
—Y tú te sentiste por eso capaz de igualar al hombre y por lo mismo en grave pecado, ya que si Dios Nuestro Se or hizo a la mujer, mujer, ésta no debe pasar de ahí, para querer ser hombre, imitando al Demonio, que se perdió porque quiso ser Dios.
En la mitad de la habitación ocupada por la fonda, frente a la estantería, altar de botellas de todos colores, esperaban Cara de ángel, la Masacuata y las vecinas, sin chistar palabra, consultándose temores y esperanzas con los ojos, respirando a compás lento, orquesta de resuellos oprimidos por la idea de la muerte. La puerta medio entornada dejaba ver en las calles luminosas el templo de la Merced, parte del atrio, las casas y a los pocos transeúntes que por allí pasaban. Cara de ángel sufría al ver a esas gentes que iban y venían sin importarles que Camila se estuviera muriendo; arenas gruesas en cernidor de sol fino; sombras con sentido común; absurdo contrasentido de los cinco sentidos; fábricas ambulantes de excremento...
Por el silencio arrastraba cadenitas de palabras la voz del confesor. La enferma tosió. El aire rompía los tamborcitos de sus pulmones.
—Me acuso, Padre, de todos los pecados veniales y mortales que he cometido y que no recuerdo.
Los latines de la absolución, la precipitada fuga del Demonio y los pasos del ángel que, como una luz, se acercaba de nuevo a Camila con las alas blancas y calientes, sacaron al favorito de su cólera contra los transeúntes, de su odio inexplicable por todo lo que no participaba de su pena, odio infantil, te ido de ternura, y le hicieron concebir —la gracia llega por ocultos caminos— el propósito de salvar a un hombre que estaba en gravísimo peligro de muerte; Dios, en cambio, tal vez le daba la vida de Camila, lo que, según la ciencia, ya era imposible.
El cura se marchó sin hacer ruido; se detuvo en la puerta a encender un cigarrillo de tuza y a recogerse la sotana, que en la calle era ley que la llevasen oculta bajo la capa. Parecía un hombre de ceniza dulce. Andaba en lenguas que una muerta lo llamó para que la confesara. Tras él salieron las vecinas currutacas y Cara de ángel, que corría a realizar su propósito.
El Callejón de Jesús, el Caballo Rubio y el Cartel de Caballería. Aquí preguntó al oficial de guardia por el mayor Farfán. Se le dijo que esperara un momento y el cabo que fue a buscarlo, entró gritando: