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西語小說閱讀:《總統(tǒng)先生》(41)

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來源:網(wǎng)絡(luò) 2020-04-15 01:02 編輯: 歐風(fēng)網(wǎng)校 161

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摘要: 西語小說閱讀:《總統(tǒng)先生》(41)

Parte sin novedad



La luz llegaba de veintidós en veintidós horas hasta las bóvedas, colada por las telara as, y las ramazones de mampostería, y de veintidós en veintidós horas, con la luz, la lata de gas, más orín que lata, en la que bajaban de comer a los presos de los calabozos subterráneos por medio de una cuerda podrida y llena de nudos. Al ver el bote de caldo mantecoso con desechos de carne gorda y pedazos de tortilla, el prisionero del diecisiete volvió la cara. Aunque se muriera no probaría bocado, y por días y días la lata bajó y subió intacta. Pero la necesidad lo fue acorralando, vidriósele la pupila en el corral ralo del hambre, le crecieron los ojos, divagó en alta voz mientras se paseaba por el calabozo que no daba para cuatro pasos, se frotó los dientes en los dedos, se tiró de las orejas frías y un buen día, al caer la lata, como si alguien fuera a arrebatársela de las manos, corrió a meter en ella la boca, las narices, la cara, el pelo, ahogándose por tragar y mascar al mismo tiempo. No dejó nada y cuando tiraron de la cuerda vio subir la lata vacía con el gusto de la bestia satisfecha. No acababa de chuparse los dedos, de lamerse los labios... Pero del gozo al pozo y la comida afuera, revuelta con palabras y quejidos... La carne y la tortilla se le pegaban en las entra as para no dejarse arrancar, mas a cada envión del estómago no le quedaba sino abrir la boca y apoyarse en la pared como el que se asoma a un abismo. Por fin pudo respirar, todo daba vueltas; peinóse el cabello húmedo con la mano que por detrás de la oreja resbaló y trajo hacia la barba sucia de babas. Le silbaban los oídos. Le ba aba la cara un sudor gélido, pegajoso, ácido, como agua de pila eléctrica. Ya la luz se iba, aquella luz que se estaba yendo desde que venía. Agarrado a los restos de su cuerpo, como si luchara con él mismo, pudo medio sentarse, alargar las piernas, recostar la cabeza en la pared y caer bajo el peso de los párpados como bajo la acción violenta de un narcótico. Pero no durmió a gusto; a la respiración penosa por falta de aire sucedió el ir y venir de las manos por el cuerpo, el recoger y estirar de una y otra pierna y el correr apresurado de los dedos sobre los casquitos de las u as para arrancarse de la garganta el tizón que le estaba quemando por dentro; y ya medio despierto empezó a cerrar y abrir la boca como pez sin agua, a paladear el aire helado con la lengua seca y a querer gritar y a gritar ya despierto, aunque atontado por la calentura, no sólo de pie, sino empinándose, estirándose lo más posible para que lo oyeran. Las bóvedas desmenuzaban sus gritos de eco en eco. Palmoteó en las paredes, dio de patadas en el piso, dijo y redijo con voces que bien pronto fueron aullidos... Agua, caldo, sal, grasa, algo; agua, caldo...

Un hilo de sangre de alacrán destripado le tocó la mano..., de muchos alacranes porque no dejaba de correr..., de todos los alacranes destripados en el cielo para formar las lluvias... Sació la sed a lengüetazos sin saber a quién debía aquel regalo que después fue su mayor tormento. Horas y horas pasaba subido en la piedra que le servía de almohada, para salvar los pies de la charca que el agua del invierno formaba en el calabozo. Horas y horas, empapado hasta la coronilla, destilando agua, húmedos los suburbios de los huesos, entre bostezos y escalofríos, inquieto porque tenía hambre y ya tardaba la lata de caldo mantecoso. Comía, como los flacos, para engordarse el sue o y con el último bocado se dormía de pie. Más tarde bajaba el bote en que satisfacían sus necesidades corporales los presos incomunicados. La primera vez que el del diecisiete lo oyó bajar, creyendo que se trataba de una segunda comida, como en ese tiempo no probaba bocado, lo dejó subir sin imaginarse que fueran excrementos; hedían igual que el caldo. Pasaban esta lata de calabozo en calabozo y llegaba al diecisiete casi a la mitad. Qué terrible oírla bajar y no tener ganas y tener ganas cuando tal vez acababa de perder el oído en las paredes su golpetear de badajo de campana muerta! A veces, para mayor tormento, se espantaban las ganas de sólo pensar en la lata, que venía, que no venía, que ya tardaba, que acaso se olvidaron —lo que no era raro—, o se les rompió la cuerda —lo que pasaba casi todos los días—, con ba o para alguno de los condenados; de pensar en el vaho que despedía, calor de huelgo humano, en los bordes filudos del cuadrado recipiente, en el pulso necesario, y entonces, cuando las ganas se espantaban, a esperar el otro turno, a esperar veintidós horas entre cólicos y saliva con sabor a cobre, angurrias, llantos, retortijones y palabras soeces, o en caso extremo a satisfacerse en el piso, a reventar allí la tripa hedionda como perro o como ni o, a solas con las pesta as y la muerte.

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